DIARIO DE ARENA

DIARIO DE ARENA - Prólogo

Largamente anheladas la mayor parte del año por los locos del balón y la red, aunque desconocidas e ignoradas por muchos, las pistas de voley playa se aletargan e incluso desaparecen con la llegada del mal tiempo para ir recuperando, poco a poco, el bullir del deporte en su arena con el ascenso de las temperaturas.

 

Sin embargo, sólo unas pocas afortunadas pueden presumir de albergar entre sus cuatro bordes la memoria de tantos años, tantas estaciones y tantas temporadas ininterrumpidas de historias de sol, viento, arena... y Voley Playa.

DIARIO DE ARENA (1) - Un día cualquiera de primavera

DIARIO DE ARENA (1)

 

Un día cualquiera de primavera

Ayer llovió, pero esta mañana, cuando los primeros rayos de sol empezaban a colarse tímidamente entre las nubes, he notado un cambio en el aire, una especie de sensación cálida en la brisa, que anticipaba el verano que espera a la vuelta del calendario y despedía a un invierno que ya no es sino un lejano recuerdo.

 

Otros años, mis soledades de otoño, invierno y primavera a merced de la lluvia, el viento y el frío fueron completas, salvo por los niños que, muy de tarde en tarde, se colaban a darle patadas a un balón sin muchos miramientos, a decir verdad, por mis postes, mi red y mis alambradas.

 

Pero este año he recibido la agradable visita de mis veteranos por Navidad, como los nietos que dan una sorpresa a sus abuelos en fiestas. Desafiando al frío y a la humedad que yo misma notaba en mi endurecido interior, estos nietos míos han aprovechado los cuatro días en los que el sol de invierno quería parecerse al de dos o tres meses más tarde -calentando hasta picar en la nuca- para, con escarpines y calcetines, los más, o directamente descalzos, los menos, desahogar sus ganas de voley playa durante el parón festivo de las competiciones.

 

Les veo pasar a todos, día tras día, casi anochecido camino del pabellón, o ya noche cerrada de vuelta a casa, y todos me dedican una mirada, nostálgica la mayoría, recordando hazañas veraniegas, o preocupada la de algunos, deteniéndose en el estado de la arena o de la red. Y les oigo hablar de los exámenes, del trabajo, de los partidos o de la familia. Algunas veces, hasta imagino que hablan sobre mí.

 

Esta tarde, cuando mis veteranos acudan como siempre al entrenamiento con paso ligero, manos en los bolsillos y todavía con la cremallera subida hasta la barbilla, veré que la añoranza de sus miradas cuando pasen a mi lado habrá crecido al mismo ritmo que las temperaturas máximas de las previsiones meteorológicas. Ya sólo es cuestión de tiempo volver a sentir el bote del balón y el juego de los pies entre la arena porque, a no mucho tardar, casi habrá concluido la temporada de voleibol.

DIARIO DE ARENA (2) - Caos ordenado

DIARIO DE ARENA (2)

 

Caos ordenado

A mediados de la primavera aún no han terminado los partidos oficiales de voleibol, pero el buen tiempo ha disparado las ganas de voley playa y cualquier excusa es buena para lanzarse a la arena.

 

¿Que el sol de media tarde se cuela sin compasión por las cristaleras del pabellón y convierte los balones en misiles amenazantes en busca de objetivo? Pues nos vamos a la arena, que seguro que allí da la sombrita.

 

¿Que estamos de exámenes y hoy sólo hemos venido cuatro gatos a entrenar? Pues nos vamos a la arena y echamos un dos contra dos.

 

¿Que hoy se está muy a gusto fuera con este solecito? Pues habrá que aprovecharlo jugando un rato en la arena.

 

Y así, los entrenamientos se convierten en una incertidumbre, por lo que muchos optan por venir con chavalines, por si hay voleibol en el pabellón, y sandalias en la mochila, por si hace falta cambiarse para irse a la arena. Mención aparte merecerían los insaciables o jartibles, que llegan un buen rato antes para meterse su dosis diaria de voley playa, arena y solecito y después se reenganchan, con más o menos energía, al entrenamiento dentro del pabellón.

 

Con esta especie de caos ordenado discurren las dos o tres semanas en las que se produce la transición de la pista a la arena, hasta que un buen día, acabados los compromisos voleibolísticos dignos de mención, el personal decide llevarse solamente las sandalias, autoconvenciéndose de que en el pabellón hace ya demasiada calor para entrenar, de que la arena es mejor que la pista para mis maltratadas rodillas, de que los primeros torneos de voley playa están a la vuelta de la esquina o cualquier otra excusa más o menos coherente para certificar, con acuerdo tácito de todo el mundo, que la temporada de voley playa acaba de comenzar.

DIARIO DE ARENA (3) - La ONU en la arena

DIARIO DE ARENA (3)

 

La ONU en la arena

En mis muchos años de vida he logrado diferenciar bastante bien a los diversos tipos de jugadores, individuos, especímenes o personajes extraños que pululan por mi arena en pos de un balón a lo largo de la temporada de buen tiempo.

 

Con los primeros calores primaverales, casi para el tiempo de los primeros caracoles, aparece por aquí, según el año, un tipo de jugador que yo he denominado, de forma genérica y extensiva, como "extranjeros".

 

Aprovechando que los veteranos aún no se han descalzado las zapatillas de voleibol, el jugador extranjero se adueña durante unas semanas de la arena imponiendo un estilo sui generis de jugar al voley playa. Con la única regla de que casi no hay reglas, el deporte se convierte en juego y los partidillos en una excusa para quedar al final del día de trabajo con otros compatriotas que, lejos de su tierra, pasan la vida lo mejor posible en este rinconcito andaluz.

 

Reconocibles perfectamente por la ininteligible algarabía, por jugar todos contra todos a la vez y por mostrar escaso respeto por la mayoría de los artículos del reglamento, resultan una escena cuando menos pintoresca que atrae la curiosidad de mis veteranos camino del pabellón.

 

Hasta que un día, se produce el inevitable encuentro. Y, sin embargo, lejos de ser un choque -cultural, deportivo, voleiplayístico, o como quiera llamarse- es más bien un contacto en el que predomina la curiosidad sobre la rivalidad, en el que el ortodoxo se vuelve heterodoxo y viceversa, y en el que el inmigrante anónimo se convierte en compañero de tardes de voley playa cuando lo saludas al cruzártelo por los Cuatro Caminos.

 

Unas semanas más tarde, cuando la colonia extranjera comience a irse a sus países por vacaciones, dejando la arena expedita para la fauna autóctona, llevarán en sus equipajes un buen puñado de nociones técnicas que, no obstante, casi seguro que habrán olvidado cuando regresen a la pista la próxima primavera, casi para el tiempo de los primeros caracoles.

DIARIO DE ARENA (4) - Sangre y arena

DIARIO DE ARENA (4)

 

Sangre y arena

Creo poder asegurar sin temor a equivocarme que, cuando Blasco Ibáñez escribió la famosa novela allá por 1908, no se inspiró en el voley playa. De hecho, su hermano mayor -el voleibol- estaría empezando por aquel entonces a echar los dientes y ni siquiera habría salido aún de las universidades norteamericanas, mientras que al hermano playero le faltaba aún otro buen puñado de años para comenzar su andadura por las costas doradas de Uruguay, California o Hawaii.

 

Pues bien, si el escritor valenciano hubiera llegado a conocer el estado que presenta la arena de una pista de voley playa estándar a principios de temporada, seguro que habría cambiado los toros por el balón tricolor sin necesidad de modificar ni el título del libro.

 

Mis veteranos, en los primeros días de nuestro reencuentro, alardean de conocerme como las palmas de sus encallecidas manos y de no dejarse la piel en las endurecidas trampas que oculta mi superficie tras los largos meses de viento, frío y lluvia.

 

Sin embargo, veterano o principiante, si quieres descubrir a un jugador de voley playa cual Sherlock Holmes, fíjate bien en sus codos, rodillas, tobillos, manos, pies, dedos... En los primeros partidos, hasta el más experimentado de los veteranos recibe el beso de la arena en algún punto de esas extremidades y articulaciones y paga así su correspondiente tributo de sangre.

 

Es inevitable. La razón dice: “Cuidado, que hay poca arena”. La cabeza recuerda: “Mira, que el suelo está muy duro...”. Pero, en el fragor de la batalla, en el esfuerzo desesperado por salvar el último balón, el último punto, el último set, la pasión se desata y el corazón silencia a la razón y anula a la cabeza.

 

Es inevitable. Desde los novatos a los veteranos, desde los extranjeros a los adoptados, en esas primeras jornadas apasionadas todos lucen mis besos con cierto orgullo, casi como un Juan Gallardo cualquiera presumiendo de cicatrices ante su Doña Sol.

DIARIO DE ARENA (5) - De extranjeros, veteranos, adoptados y novatos

DIARIO DE ARENA (5)

 

De extranjeros, veteranos, adoptados y novatos

Para una pista de mi edad, el discurrir de unos pies sobre la arena tras la estela de un balón sigue un patrón reconocible, respeta una especie de pasos de baile característicos, que me permiten identificar a los jugadores que me visitan cada tarde de verano.

 

Los pasos desordenados y caóticos, a veces impulsivos y a veces indecisos, de un baile grupal que raras veces se baila por parejas, me revelan que estamos en época de jugadores extranjeros sobre la arena.

 

En el extremo opuesto, los pies familiares que alisan la arena entre cada punto reconociendo los recovecos del campo. Esos pies dignos de elfos que se mueven acompasados con el ritmo del balón y vuelan ágiles por la arena, siempre una décima, una centésima, una milésima antes que la jugada. Esos mismos pies que también a veces pierden el paso cuando subestiman a un rival o dan una jugada por terminada antes de tiempo. Ésos son los pies de mis veteranos.

 

En algún momento del verano, cual si fueran exploradores en busca de nuevos territorios inexplorados, me visitan pies ágiles como los de mis veteranos, que saben acompasar sus pasos al tempo de una jugada y saben deslizarse sin apenas alterar mi superficie. Pudiera resultar difícil diferenciarlos de no ser por que, en cuanto el baile se escapa de los límites convencionales, pierden la gracia y se vuelven torpes y patosos. Con el tiempo, y a fuerza de repetir visita, consiguen superar los límites de su ortodoxia y hacerse merecedores de llamarse adoptados.

 

Pero tal vez los pasos que me inspiren mayor ternura e ilusión sean esos indecisos, dubitativos, torpones y poco gráciles de los novatos que, por sentirse en un medio hostil y desconocido con la arena hasta los tobillos, van sin remedio siempre un paso por detrás de la música. No hay mayor orgullo para una pista con mis años que ver cómo, a base de tesón, esfuerzo y empeño, el baile del novato va cada año confundiéndose más y más con el del veterano, hasta llegar a ser indiferenciables.

 

Quizás lo único que pueda igualar esa emoción sea reconocer unos pies ya casi olvidados en lo más profundo de la memoria, que un día vuelven a juguetear con la arena, recuperando viejas sensaciones y despertando recuerdos dormidos. Es el regreso de una vieja gloria.

DIARIO DE ARENA (6) - Al principio...

DIARIO DE ARENA (6)

 

Al principio...

Al principio no fui yo. Al principio, ni siquiera fue la arena. Las historias que sólo recuerdan ya las más viejas de las viejas glorias hablan de una época remota en la que, antes que nada, fue el juego.

 

Hace muchos, muchos años, unos cuantos locos del voley decidieron probar aquel deporte que alguno había descubierto en vacaciones, por parejas, en la playa, con música de fondo y buen ambiente alrededor. No tenían playa, ni arena, ni siquiera pista o balones adecuados, pero las ganas y la ilusión compensaban las carencias. La música y el buen ambiente ya venían de serie.

 

Aquella primera vez, a base de imaginación, esos pioneros convirtieron una pista de tenis en el primer campo de voley playa que se hubiera visto nunca en el lugar. Bueno, para ser sinceros, sería más exacto hablar de voley parejas porque, aun habiendo música, una barra, diversión y hasta sombrillas, por allí no se vio ni un grano de arena en aquellos días.

 

Con el tiempo, la arena llegaría. Arena buena, como ya jamás volvería a verse, arena auténtica de playa, con almejas y caracolas incluidas, y yo ocuparía finalmente mi lugar en esa tierra de nadie, a la sombra del pabellón, que se extiende a mitad de camino entre el futbito y el tenis.

 

Y entonces, sí que se habló de Voley Playa, así en mayúsculas y con todas sus letras, porque aquellos pioneros fueron fieles a su cita del Puente de Agosto, verano tras verano, temporada tras temporada, en una época en la que quienes soñaban con el vuelo de un balón sobre la arena se podían contar con los dedos de una mano.

 

Después, los años oscuros y el resurgir, los nuevos tiempos, las nuevas instalaciones y las instalaciones de toda la vida y, como siempre desde hace décadas, a veces inadvertida, a veces olvidada, pero eternamente impasible ante el paso de los años, yo, la pista de voley playa. Y la de tenis, que ya ni es de tenis ni es de voley, pero que guarda en su memoria todos los recuerdos de lo que fue el principio.

DIARIO DE ARENA (7) - Manual de estilo 1   -Sufriendo el gitaneo-

DIARIO DE ARENA (7)

 

Manual de estilo 1 -Sufriendo el gitaneo-

¿Qué es más determinante a la hora de definir un estilo de juego, las condiciones particulares de la pista en la que se juega, la forma habitual de competir en el día a día de esa pista o las características técnicas de los jugadores que pisan dicha arena? En mi caso, creo que la suma de todos esos factores.

 

Muchos afirman que son capaces de identificar un estilo común entre quienes frecuentan mis cuatro bordes y que ese estilo se va volviendo más y más marcado según el grado de veteranía del jugador en cuestión. Además, es algo que se iría transmitiendo tanto a mis novatos como a mis adoptados.

 

Algunos opinan que ese estilo de juego común que nace en mis 8x16 metros se sale de la ortodoxia del deporte y, por ello, lo califican de antideportivo. Otros dicen haber reconocido ese mismo estilo en vídeos americanos de hace 20 ó 30 años, en los que el voley playa que se jugaba en los torneos oficiales todavía estaba impregnado del voley playa amateur que se jugaba a pie de playa, en esas pistas californianas de nueve metros. Sea como fuere, mi obligación como buena madre es velar por mis hijos ante el sector crítico, por lo que trataré de explicar las razones que habrían llevado al nacimiento de este supuesto estilo propio.

 

Hace ya algunos años, alguien utilizó por primera vez la expresión gitanear para referirse a una de las acciones más reconocibles de este juego autóctono y, con el tiempo, se ha convertido en un término frecuente entre nosotros. Para el foráneo, especialmente para el que sufre el gitaneo, puede resultar una expresión con un cierto matiz negativo, pero en labios de mis jugadores, la palabra se reviste de un punto de admiración, elogio por el atrevimiento y una pizca de pesar por no haber podido neutralizar la acción.

 

Mis autóctonos y quienes me hayan visitado un par de veces sabrán de qué hablo: “En plena disputa por un punto, una de las parejas acaba por los suelos tras conseguir pasar una free al otro campo. Si la otra pareja es de aquí, no necesita comunicarse nada, ni siquiera una mirada cómplice, para saber que la próxima acción será sin duda pasar el balón al primer toque -de antebrazos, de mano alta, de remate marcado, de nudillos, de cabeza, con el pie o con cualquier otro gesto admitido por el reglamento- hasta el punto del campo más alejado de los rivales”.

 

Si el rival es foráneo, quizás murmure un “guarros” cargado de enojo. Si se enfrentan dos de mis parejas, la expresión será un “gitanos”, reconociendo una buena acción que, con un punto de envidia, ellos mismos hubieran firmado de haber podido.

 

(CONTINUARÁ)

DIARIO DE ARENA (8) - Manual de estilo 2  -Entre el estilo y la filosofía-

DIARIO DE ARENA (8)

 

Manual de estilo 2 -Entre el estilo y la filosofía-

Si se le pregunta a cualquier veterano por qué ha decidido acabar un determinado punto por medio de una acción sorpresiva que explota un momento de debilidad del rival, es decir, por qué ha decidido conjugar el verbo gitanear en un momento concreto del juego, la respuesta será, casi con toda certeza, algo así como que “la jugada lo pedía a gritos”.

 

Cuando, un día sí y otro también, juegas partidillos a siete puntos, en los que caer derrotado supone media hora de parón hasta tu próxima oportunidad de retar al campeón, el balón empieza a anunciarte, alto y claro, los regalos del rival. Y un regalo no se desaprovecha y, si puedes acabar una jugada por la vía rápida, la acabas sin pensártelo dos veces. Y tampoco caben reproches, porque tienes la seguridad de que, si el rival te la puede devolver, lo hará al menor síntoma de debilidad que muestres.

 

¿Queda con esto descubierto el enigma de nuestro estilo? Ni mucho menos. Porque, de hecho, no creo que se pueda hablar exactamente de un estilo propio de juego. Pienso que la forma de jugar sobre mi arena se acercaría más a una especie de filosofía, una forma de entender este deporte en la que el primer mandamiento podría ser que “un punto es un punto”.

 

Dicho de otra forma, tan válido es un saque que da en la red y cae llorando al campo contrario (cuando sucede cinco veces en el mismo set deja de ser sólo suerte), como una devolución de antebrazos al primer toque hasta un espacio libre, un súper remate que saca el balón del recinto o un gorro que forma un cráter en la arena del campo contrario.

 

Esto, que parece una obviedad, quizás sea la piedra angular de esta filosofía de juego. Cuando eres capaz de abrir tu horizonte, asimilar las infinitas armas de las que dispones y comprender que, en cualquier momento de cualquier jugada puede producirse la acción que desnivele a favor la balanza del marcador, tu visión del juego se habrá elevado muy por encima de la media.

 

Después, “sólo” es cuestión de entrenar la velocidad de pensamiento y la creatividad para imaginar la acción más efectiva y sorprendente en cada momento, de acumular grandes dosis de atrevimiento para decidirse a ponerla en práctica, de cuidar la técnica para ser capaz de hacer realidad un gesto que sólo está en la mente y de mimar la táctica para saber escoger el momento justo en el que aplicar lo imaginado y que el resultado sea el esperado.

 

Aún así, muchas veces, las más de las veces, descubrimos que el cansancio embota nuestra imaginación, que nos falta el punto necesario de osadía, que nuestro físico o nuestra técnica, lamentablemente, no bastan para alcanzar la gloria o que, en vez de tener en jaque al rival en un estado de eterna sorpresa, somos nosotros constantemente los sorprendidos.

 

Pero las armas están ahí, y cuando todos los planetas se alinean y las musas nos tocan con su gracia, el juego fluye en armonía con los jugadores y la filosofía se hace palpable elevando el espíritu del deporte. Da igual que no coincida con un torneo o un partido importante. Aunque sólo sea un día cualquiera en un partidillo a siete puntos, al menos, sólo por ese día, habremos conseguido ser nosotros los que pronunciemos la palabra fatídica.

DIARIO DE ARENA (9) - ¡Siguiente!

DIARIO DE ARENA (9)

 

¡Siguiente!

Las colas y las salas de espera han sido tradicionalmente lugares de socialización casi tan importantes como las plazas de los pueblos. Las típicas expresiones, hoy cada vez más en desuso, de “¿Quién da la vez?” o “¿Quién es el último?” servían para romper el hielo. Después, los minutos en blanco que se vuelven horas para el que des-espera, sumados a la lógica impaciencia, hacían el resto para que la conversación brotase, a la espera del anhelado “Siguiente...”

 

En mi arena se sigue pidiendo la vez y la expresión de “Siguiente...”, tan anhelada por el que espera, se torna palabra fatídica en los oídos del que acaba de perder.

 

Según lo ambientado del día, perder un partido puede suponer desde un ligero traspiés hasta una auténtica tragedia, en función del tiempo de espera que se presente por delante, apalancado sobre el bordillo, hasta el siguiente turno.

 

¿Cómo hacer más llevadero este obligado descanso? Las opciones son infinitas.

 

Analizar los fallos propios, estudiar el juego de los rivales, charlar un rato con todo el mundo, tocar un poco antes de la siguiente ronda, quitarse la arena del cuerpo y de la garganta, bromear sobre cualquier tema imaginable, jugar al frontón en la pared del pabellón, apostar quién es capaz de sacar más veces tocando la red, aconsejar a los novatos para que se conviertan en veteranos de provecho, bautizar ese nuevo golpe...

 

- ¡Siguiente!

- ¿Ya nos toca?      - No, todavía no.

 

...remover la arena dura con la soleta, nivelar los agujeros de la pista con el rastrillo, repasar los mejores momentos del último monólogo de Dani Rovira, embarcar balones en la azotea del pabellón, buscar al encargado para que los rescate, comprar un refresco en el bar de la piscina, hacer castillos de arena junto al campo, comentar el último vídeo compartido en internet, programar nuevos torneos a los que apuntarse...

 

- ¡Siguiente!

- ¿Falta mucho?      - Ya queda menos.

 

...divagar sobre el enano de la arena, colocar la manguera para regar en un hueco entre partido y partido, recoger la manguera tras empapar la pista, recordar las mismas historias de siempre que quizás uno o dos aún no hayan escuchado, filosofar sobre la esencia del auténtico gitaneo, cuestionar los fundamentos físicos del salto negativo, ir de excursión por las pistas de atletismo en busca de un balón viajero, alucinar con la última jugada imposible...

 

- ¡Siguiente!

- ¡Ahora sí que nos toca!       - Pues tampoco ha habido que esperar tanto.

DIARIO DE ARENA (10) - El enano de la arena

DIARIO DE ARENA (10)

 

El enano de la arena

 

Querido Íker Jiménez (dos puntos):

 

Te escribimos para que seas consciente del fenómeno paranormal que, desde hace algún tiempo, hemos venido observando en nuestra pista de voley playa. Toda una serie de sucesos misteriosos e inexplicables que queremos poner en tu conocimiento por si fueran dignos de un estudio serio y pormenorizado que llegase a darles una explicación lógica y racional.

 

El fenómeno, que afecta con mayor frecuencia a novatos de la arena, pero que puede alcanzar igualmente al resto de la población voleyplayera, consiste en una repentina privación o entorpecimiento súbito del tren inferior, lo que da lugar a una incapacidad transitoria para el desplazamiento y a una caída irremediable, hasta el suelo, del balón perseguido.

 

En ocasiones, el fenómeno llega a tal magnitud que los afectados declaran a posteriori haber sentido como si avanzaran a través de arenas movedizas que les fueran engullendo a cada paso.

 

Otras veces, el suceso inexplicado coincide justo con el momento de un salto, ante lo que los testigos manifiestan haber sentido como si algo o alguien, oculto entre la arena, les agarrara de los tobillos impidiéndoles alcanzar la altura deseada. Hemos bautizado este caso particular como “salto negativo” y, sin duda, sería merecedor de su propio expediente.

 

El caso es que, después de tantas experiencias vividas en relación con el misterio que nos ocupa, se ha creado una especie de leyenda negra en torno a nuestra pista:

 

Dicen los más antiguos del lugar que un enano, travieso y juguetón, habita bajo la arena. Aburrido la mayor parte del día sin mucho que hacer, espera cada tarde la llegada de los jugadores para tener su momento de diversión. Una vez que ha seleccionado a su próxima víctima, sigue su deambular por la arena escogiendo el momento justo de un salto o un paso dubitativo para trastabillar las piernas con sus hilos invisibles o agarrar con fuerza los tobillos con sus manos de arena.”

 

Hasta aquí la superstición, el cuento de hadas que se cuenta a los más pequeños la primera vez que se encuentran con nuestro vecino arenícola. Tal vez un día, querido Íker, este expediente sin resolver pase a formar parte de ese gran catálogo de lo inexplicado de la nave del misterio.

 

[ENVIAR]

 

*Dedicado a los incondicionales de Dani Rovira que cada tarde se exponen tan alegremente a las travesuras del enano de la arena*

DIARIO DE ARENA (11) - Un infiltrado en la Final

DIARIO DE ARENA (11)

 

Un infiltrado en la Final

El mundo está cambiando. Lo percibo en detalles sutiles, en historias contadas al pie de mi arena, en las amargas quejas de los que se han topado de frente, de repente y sin verlo venir, con uno de esos estertores del cambio.

 

El mundo ya ha cambiado y, quienes vivían al abrigo de mis cuatro bordillos, ahora salen al exterior con el recelo de quien ya ha sufrido más de un revés que, por ingenuidad o inocencia, sorprende a traición a mis incautos, acostumbrados a un deporte mucho más cercano a las bases que a las élites.

 

Fanáticos del reglamento que prefieren que una lesión deje cojo a un cuadro antes que buscar sustitutos dispuestos a completar una pareja y que siga el juego. Responsables que no se hacen responsables y dejan las decisiones importantes en manos de jugadores más interesados en pasar ronda a cualquier precio que en jugar un partido más. Compañeros de fatigas que, en cuanto el sonido de un silbato cruza el aire, vuelven la espalda y olvidan esas tardes de calor y masificación en las que la palabra del rival era el mejor arbitraje.

 

Yo conocí una época, antes de que cambiara el mundo, en la que el espíritu del juego era tan fuerte que ni siquiera permitía brotar esos pensamientos egoístamente competitivos en la mente de los jugadores. Una época en la que un infiltrado podía llegar a colarse en una Final.

 

Aquel año, como casi todos los años, había escogido a un compañero de juego ajeno al mundo del voley. En parte por esa labor evangelizadora nunca confesada, en parte por liberarse de la presión y disfrutar jugando sin más, al margen de resultados.

 

Aquel año, como casi todos los años, había jugado como nunca para quedarse en la frontera de la fase de grupos como siempre. Y tampoco necesitaba más.

 

Pero la oportunidad llegó en forma de inoportuno turno de trabajo, pareja incompleta y acuerdo tácito de todos para rellenar el hueco de aquella pareja de Octavos con alguno de los jugadores ya eliminados. Y que siguiera el juego.

 

Así fue como un caído a las primeras de cambio se coló en segunda fase. Y resultó que la nueva pareja funcionaba bien y pasó una ronda, y pasó otra ronda, y otra más, hasta plantarse en la Final.”

 

Y, aunque la historia no tuviera un final dorado digno de película americana, forma parte sin duda de mis recuerdos preferidos. Porque me devuelve a una época mejor, antes de que cambiara el mundo.

DIARIO DE ARENA (12) - Velando armas

DIARIO DE ARENA (12)

 

Velando armas

En la soledad de la noche, definitivamente perdida la lucha por conciliar el sueño, el caballero se prepara para la batalla que ha de llegar en pocas horas.

 

Lleva ya a sus espaldas tantas justas, contiendas y torneos como puede recordar, pero sigue asaltándole, como la primera vez, la noche en blanco previa a la confrontación. Posiblemente, el día que duerma como un bendito a las puertas del campo de batalla, significará que toda esa lucha ha pasado, a fuerza de años, a un segundo plano y marque el momento del adiós.

 

Pero ese momento no se vislumbra aún en el horizonte y, acompañado por un silencio apenas roto por el canto de un autillo encaramado en su oteadero, el caballero visualiza una y otra vez, en algún lugar de su mente, los infinitos rumbos que podría tomar la próxima batalla. Cada gesto, cada acción, crea un nuevo universo paralelo donde el desenlace no se corresponde necesariamente con la suma de todas sus causas.

 

El juego del enemigo introduce en la ecuación una variable demasiado compleja y el caballero sólo puede intentar deducir cuál de las muchas armas que posee será más efectiva en cada uno de los millones de escenarios que cada posible enfrentamiento le plantea. Sabe que la estrategia no lo es todo, pero mejor estar prevenido ante cualquier contingencia para saber identificarla a tiempo y tomar las medidas adecuadas.

 

Tampoco conoce a todos los enemigos tanto como desearía, pero ha vivido suficientes batallas como para saber captar de un vistazo los puntos fuertes y débiles, las acciones y gestos preferidos y los vicios de sus rivales. Que luego, el propio físico sea capaz de estar a la altura de todo ese conocimiento, ya es otro cantar.

 

Una lechuza lanza su llamada chirriante al sobrevolar al caballero, recortada sobre un cielo que muestra ya tonos malvas.

 

Sí, el propio físico. Si pusiera sobre la mesa el lienzo del hombre ideal de Da Vinci, a estas alturas de esta longeva historia, tendría que añadirle, de su puño y letra, algunos cuantos brochazos adicionales, siempre en color rojo, como mostrando los fallos acumulados sobre ese diseño ideal de partida.

 

Un buen latigazo rojo en una rodilla, aunque la otra tampoco se escape. Un poco más de carmín sobre los hombros. Alguna eventual herida rojiza en manos, dedos, pies, sin olvidar tobillos y alguna que otra articulación, ligamento o músculo al que ya se le ha pedido más de lo que está dispuesto a dar. Tendido, con los ojos abiertos a la incipiente claridad, va pasando revista a los puntos débiles del propio físico, mientras las golondrinas empiezan a aletear alborotadas recibiendo al nuevo día.

 

En unas horas, cuando salte a la arena ardiente de la media tarde, el caballero habrá olvidado los trazos rojos de su cuerpo, habrá dejado a un lado tácticas y estrategias imaginadas en noches de duermevela y ya no recordará nada de cruces probables, enfrentamientos posibles ni rivales viables, porque en unas horas sólo importará la arena. Y en esta arena, el caballero sabe que se encuentra en casa.

 

* Dedicado a todos -y todas- los que antes de jugar, ya han jugado mil y una veces en las arenas de su imaginación *

DIARIO DE ARENA (13) - Resaca

DIARIO DE ARENA (13)

 

Resaca

El día después no existe. Pasa por la vida como un recuerdo lejano de muchas horas de sueño y contados momentos de lucidez sonámbula. De cenas al amanecer, desayunos olvidados y almuerzos por obligación. De siestas eternas y vigilias nocturnas al reencuentro de horas normales de descanso y recuerdos amontonados en el desván de lo vivido.

 

Lo siguiente es el dolor, la molesta agujeta, la sobrecarga de trabajo y la fatiga física y mental del cuerpo puesto a prueba. El momento de renegar de la adicción y jurar con dedos cruzados un “nunca más” tramposo.

 

Pero el dolor pasa, la molestia se supera y el cuerpo en recuperación empieza a echar en falta la dosis diaria que ya se retrasa más de lo aceptable. Dos días después llega la recaída, psicológica al principio, porque el físico aún no logra responder con la agilidad, la presteza y la precisión que el cerebro demanda.

 

Cuestión de insistencia. Desoyendo al propio cuerpo, que todavía chirría en la vuelta al trabajo, la mente entiende que sólo la constancia marca la senda de la recuperación y obliga a superar la resaca de la borrachera de juego a base de más juego. Los vicios no pueden dejarse de golpe y éste no es una excepción, aunque cuatro jornadas de torneo pongan al personal al borde de la sobredosis.

 

Nuevas citas en el horizonte obligan a no parar, pero la intensidad ya no es la misma. La fecha marcada en rojo en el calendario llegó y pasó. Todo salió todo lo bien que podía salir; cada año un poco mejor que el anterior, para crecer paso a paso.

 

Quedan fechas, pero el horizonte se torna ya de colores rojizos en el ocaso de la estación. Cuando el último martes de agosto vuelvan las carretas de los romeros, el verano habrá empezado a terminarse y, durante unas semanas, una extraña sensación de cambio rondará a todo el mundo, casi como una resaca estival.

DIARIO DE ARENA (13) - Resaca

DIARIO DE ARENA (05/07/2020)

 

Punto y seguido

En mis 25 años de vivencias he tenido tiempo de ver muchas idas y venidas, proyectos que parecían tomar forma y que al final se iban por donde habían llegado, pequeñas ampliaciones que me liberaban brevemente de mis cuatro paredes y una promesa permanente que amenazaba con quedarse eternamente incumplida.

 

En mis 25 años de vida he tenido que lidiar con todos los obstáculos que se encuentran los hermanos mayores, esos que van abriendo camino en la vida. Nacer en tierra de nadie es lo que tiene. Te ves obligado continuamente a gritar que estás allí, hacer mucho ruido con el trabajo bien hecho y sacar pecho después cuando, a pesar de la escasez de medios, las trabas y los problemas diarios, llegan los resultados.

 

En mis 25 años he visto a mis cuatro locos formar una montaña a base de granitos de arena. Crear afición a base de juego, pachanga y buen ambiente. Subir después el nivel a base de entrenamiento constante y trabajo diario, uniendo pista con playa y playa con pista para que el balón nunca deje de volar (Keep The Ball Flying). Pasear el nombre de Brenes por campeonatos de media Andalucía y España... Y traerse también hasta Brenes a media Andalucía y España con esa locura de torneos de 3 (4, 5, 6, 7...) jornadas de vóley playa hasta la madrugada.

 

En mis 25 años he visto convertirse dos travesaños de balancín en los mejores postes de vóley playa jamás inventados, sumar cuatro restos de pinturas para maquillarme entre todos en esas tardes de trabajo comunitario, conseguir colaboraciones tras colaboraciones y voluntarios tras voluntarios para disponer de arena, mulilla mecánica, herramientas, focos, manguera, toldos y hasta microclima, haciendo reales aquellas frases de "imaginación al poder" y "hace más el que quiere que el que puede".

 

Y sin embargo, hasta hace apenas un par de años, no conseguí tener una iluminación permanente como el resto de mis vecinas de hazañas deportivas. Nacer en tierra de nadie es lo que tiene.

 

Hoy, sin embargo, se abre un nuevo horizonte, desconocido por mí hasta ahora. En unas semanas dejaré de estar en tierra de nadie porque, con planos y proyecto de por medio, comenzaré a ocupar un lugar propio entre las demás.

 

Yo pienso que no es más que un punto y seguido porque, como desde hace 25 años, seguiré estando aquí, en ese espacio que queda todas las tardes a la sombra del pabellón pero, quién sabe, tal vez sea un punto y aparte y las historias que, a partir de ahora, se escriban en este Diario de Arena alcancen por fin las cotas que resultaban inalcanzables cuando solo discurrían "en tierra de nadie".